domingo, 28 de julio de 2013

04

 -Nacho no me obligues a llamar a Oscar y suelta a la cría.

Gritó enfadada la silueta del sol. Unas columnas de arena treparon por la pared, al verlo,
Nacho levantó del brazo a Desiret. Los dos entraron de nuevo a la habitación que se
oscureció por completo en un segundo. Entonces habló una voz femenina que venía
desde abajo:

 -¡Maldito! ¿Cuándo aprendiste a usar tus poderes?
 -¡Teresa! –Volvió a gritar el dios del sol desde el cegador astro. -¿No habrás
traído a Nieves contigo?
 -Claro que no, Nacho no es nuestro objetivo, que se encargue el mal nacido
de su padre. –Respondió la diosa de la tierra.
 -¡Egoístas, egocéntricos! –Se oyó desde la oscuridad la atronadora voz de
Nacho. –No haber hecho nada si no queríais esto. Ahora lucharemos por nuestras vidas
aunque la lucha sea eterna.
 -Te has enfriado de más, Nacho. –dijo Carlo. –No quería hacerle el trabajo
sucio a Oscar pero no me dejas elección.

Al instante la atmósfera de la habitación se caldeó. Nacho intentaba mantener frío su
cuerpo con sus poderes pero poco a poco se iba debilitando. La oscuridad desapareció
del cuarto y el joven estaba sudando, de rodillas en el suelo, le costaba respirar.
La diosa de la tierra subió por la ventana y se apareció ante ellos.
Tenía rasgos sudamericanos, era de piel bronceada y ojos negros. Su pelo era castaño
oscuro y ondulado. Vestía con un extraño vestido de color verde oscuro y de su cuello
colgaba un pequeño globo terrestre dorado.
Desiret corrió al lado de Nacho.

 - No, …aléjate, … me das calor…

Nacho habló con dificultad y terminó de caer al suelo casi sin poder moverse. Teresa
cogió a la niña de la mano y se disponían a marchar, cuando un círculo de fuego rodeó a
las diosas. Desiret no paraba de gritar al ver las llamas de sus pesadillas tan cerca.
Teresa se asustó, soltó a la niña y huyó bajo tierra.
Más enfadado que antes, Carlo exclamó:

 -¡Magno, nadie te ha llamado!
 -¡Pírate viejo! Bien podrás con “míster cubito negro” pero contra mi y Desiret
juntos no tienes nada que hacer ¡mujeriego!

Las llamas cesaron y delante de la niña asustada apareció para protegerla Magno, dios
del fuego. Hijo de Carlo y Luz.

lunes, 1 de julio de 2013

03

Sara extrañada salió disparada de debajo de la capa.

-¡Sara vuelve!

La chiquilla escuchó gritar por primera vez al joven, su voz era como un trueno,
ensordecedor y profundo.

-Hace mucho frío ahí. Tú escóndete yo les digo que no estás.

Sara echó a correr escaleras arriba. Draker la perseguía asustado. Al abrir la puerta del
cuarto de la niña, consiguió alcanzarla, la agarró fuerte y se escondieron bajo la cama.

-Sara no vuelvas a hacer esto, ¿vale? -Volvió a susurrar.
-Si te encuentran tienes que salir.
-De acuerdo voy a contarte la verdad sobre tu familia y el incendio. A partir de
aquí eres mayor y tienes que jugar a este escondite. Desde hace mucho tiempo los
humanos han creído en algún dios. En realidad existen ocho dioses únicos. Algunos de
ellos tuvieron hijos y hasta hace poco pensaron que era algo bueno. Pero la gente
humana empezaba a adorar a dioses de todo, dioses que no existían, incluso al dios de
los dioses, y esto les enfureció. Les fastidiaba no ser los únicos así que pensaron en
matar a sus hijos. Dicen que somos dioses defectuosos. Cuando fueron a por ti el mes
pasado te asustaste y quemaste todo. Entonces llegué yo.
-¿Tú y yo somos hijos de dioses?
-Si, mi verdadero nombre es Nacho, dios de la noche, pero esto debe quedar
entre nosotros.
-¿Y yo qué soy?
-Desiret, diosa de los desiertos. Hija de Teresa diosa de la tierra y Carlo, dios
del sol.

Los dos salieron de debajo de la cama y taparon la ventana con la sábana. Desde fuera
se oyó una voz profunda:

-Desiret, soy tu padre, sal de inmediato.
-No, te quiere matar. -avisó Draker.
-Desiret se con quién estás, aléjate de él y ven si no quieres que acabe con un
hijo que no es mío.

La niña confundida no sabía como actuar. No quería perder a Draker, o Nacho. Corrió
hacia la ventana, pensó que como los dioses son inmortales no le pasaría nada.
Saltó.
El cristal voló en millones de trocitos. El sol era enorme y cegador pero consiguió ver
en él la silueta de un hombre. De repente algo la agarró de la mano y no la dejó caer.
Miró hacia arriba y descubrió que era Nacho quien la sujetaba desde la ventana.