viernes, 10 de mayo de 2013

01


Tan sólo el sonido del crujir de los envejecidos muebles, cubiertos por enormes
plásticos, invadía el silencio de la solitaria casa. Las paredes eran de un color beige y se
respiraba más polvo que aire.
En el interior del salón, una aislada mesa y una estantería de madera oscura cubiertas,
escoltaban una oscura forma sentada frente a la gran ventana.

Un joven de no más de 22 años de edad, ataviado con ropa negra y una oscura capa
larga de cuello alto contrastaban con su pálida piel, sus ojos grises y su pelo
plateado despeinado, que dejaba caer una fina cola sobre la capa. Permanecía con la mirada
perdida al exterior de la ventana durante casi 20 horas.
Dormía durante las horas del mediodía y principio de la tarde para hacer guardia
durante la fría noche. El muchacho, que se hacía llamar Draker, en las horas diurnas
permanecía en compañía de una pequeña niña a la que nombraba Sara. Al contrario que
él, la niña era de piel dorada y un anillado pelo cobrizo, tenía los ojos de un color verde
esmeralda intenso (como un oasis en el rojizo desierto) y algunas pecas a la altura de la
nariz. Vestía con un gran jersey de líneas rojas y violetas y unos calcetines blancos por
debajo de la rodilla. Su calidez y su expresivo rostro alegre era como una potente llama
al lado de la frialdad y la seriedad de Draker.

Aunque convivían día tras día, apenas se comunicaban entre ellos, además de por sus
diferencias, debido a que el joven era callado y siempre susurraba tan suave que llegaba
a ser casi inaudible.
Cuando anocheció, Sara, subió las destartaladas escaleras algo enfadada.
No tenía sueño, quería estar más con Draker. Para ella, él era como un ángel caído, la
rescató del incendio de su casa de la que ahora no recuerda nada. Además era guapo,
fuerte y la única persona con la que quería estar. Era como un ángel pero tenía algún
defecto que le hacía humano, pues era distante y serio aunque se dejase abrazar.
Sara le había confesado en una ocasión que estaba enamorada de él, pero no recibió
siquiera una fugaz mirada del chico.
Al llegar al dormitorio se tumbó en la cama boca arriba. Se sentía tan sola… No sabía
nada de sus padres, según Draker habían muerto en el incendio, sólo le tenía a él, tan
frío y solitario. Él ni siquiera subía al dormitorio cuando ella gritaba por miedo a que
todo ardiera de nuevo.

Sin darse cuenta se quedó dormida. Pero en su mundo onírico, aquel vacío y oscuro
pasillo por el que andaba sola cada noche en busca de sus recuerdos, se calentaba e
iluminaba de repente. Luz cegadora, calor asfixiante similar a las llamas del infierno, le
obligaban a despertar y llenar la silenciosa casa con gritos de pánico.
Corrió asustada escaleras abajo, imaginaba que las llamas todavía la perseguían. En el
último escalón tropezó y tuvo que llegar a gatas al salón.
Draker se giró bruscamente, como siempre, y esperó a que el placage de Sara volviera a
volcarle contra el suelo a la vez que sus pequeñas manos agarraban con fuerza la capa.

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